diciembre 26, 2020

Capítulo 30—Fe viviente

Por J-7M

Muchos de los que buscan sinceramente la santidad de corazón y la pureza de vida, parecen perplejos y desanimados. Están constantemente observándose y lamentando su falta de fe; y como no tienen fe, creen que no pueden reclamar la bendición de Dios. Estas personas confunden el sentimiento con la fe. Miran por encima de la sencillez de la verdadera fe y así acarrean gran oscuridad a su vida. Deberían apartar la mente de sí mismos, espaciarse en la misericordia y la bondad de Dios y hacer un recuento de sus promesas, y luego creer simplemente que él cumplirá su palabra. {MJ 77.1}

No hemos de confiar en nuestra fe, sino en las promesas de Dios. Cuando nos arrepentimos de nuestras pasadas transgresiones de su ley y resolvemos obedecer en lo futuro, deberíamos creer que Dios nos acepta por causa de Cristo y perdona nuestros pecados. {MJ 77.2}

Algunas veces sobrevendrán al ser humano la oscuridad y el desaliento, y amenazarán abrumarnos; pero no deberíamos desechar nuestra confianza. Debemos mantener la vista fija en Jesús, haya o no sentimientos. Deberíamos tratar de cumplir fielmente cada deber conocido, y descansar luego tranquilamente en las promesas de Dios. {MJ 77.3}

No depender de los sentimientos

A veces, una profunda sensación de nuestra indignidad hará estremecer de terror al ser, pero esto no es evidencia de que Dios haya cambiado para con nosotros o nosotros para con Dios. No se debería hacer ningún esfuerzo para ajustar la mente a cierta intensidad de emoción. No podemos sentir hoy la paz y el gozo que sentíamos ayer; pero deberíamos asirnos por la fe de la mano de Cristo y confiar en él tan plenamente en la oscuridad como en la luz. {MJ 77.4}

Quizá Satanás susurre: “Eres demasiado pecador para que Cristo te salve”. Al par de reconocer que son ciertamente pecadores e indignos, pueden hacer frente al tentador exclamando: “Por la virtud de la expiación reclamo a Cristo mi Salvador. No confío en mis propios méritos, sino en la preciosa sangre de Jesús, que me limpia. En este momento hago depender mi ser impotente de Cristo”. La vida cristiana debe ser una vida de fe constante y viva. Una confianza inflexible, una firme dependencia de Cristo, proporcionarán paz y seguridad al espíritu. {MJ 77.5}

No desanimarse

No se desanimen porque el corazón parezca duro. Cada obstáculo y cada enemigo interior lo único que hace es aumentar la necesidad de Cristo. Él vino para quitar el corazón de piedra y darles un corazón de carne. Acudan a él para obtener gracia especial para vencer las faltas peculiares. Cuando los asalte la tentación, resistan persistentemente las incitaciones del mal; díganse: “¿Cómo puedo deshonrar a mi Redentor? Me he entregado a Cristo; no puedo hacer las obras de Satanás”. Clamen al amado Salvador para que los ayude a sacrificar todo ídolo y abandonar todo pecado acariciado. Contemple el ojo de la fe a Jesús de pie ante el trono del Padre, presentando sus manos heridas para suplicar por ustedes. Crean que reciben fuerza mediante el precioso Salvador. {MJ 78.1}

La contemplación de Cristo

Contemplen por la fe las coronas atesoradas para los que vencerán; escuchen el canto de triunfo de los redimidos: “¡Digno, digno es el Cordero que fue muerto y nos ha redimido para Dios!” Esfuércense por considerar estas escenas como reales. Esteban, el primer mártir cristiano, en su terrible conflicto con los principados, las potestades y las malicias espirituales en lugares encumbrados, exclamó: “Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios”.1 Le fue revelado el Salvador del mundo como si estuviera contemplándolo desde el cielo con el más profundo interés, y la luz gloriosa del rostro de Cristo brilló sobre Esteban con tal fulgor, que hasta sus enemigos vieron que su rostro resplandecía como el rostro de un ángel. {MJ 78.2}

Si permitiéramos que nuestra mente meditara más en Cristo y en el mundo celestial, hallaríamos un estímulo y un apoyo poderoso para pelear las batallas del Señor. El orgullo y el amor al mundo perderán su poder al contemplar las glorias de esa tierra mejor que tan pronto será nuestro hogar. Junto a la belleza de Cristo, todos los atractivos terrenales parecerán de poco valor. {MJ 78.3}

El cambio en las maneras habituales de pensar

Nadie imagine que sin un ferviente esfuerzo de su parte podrá obtener la seguridad del amor de Dios. Cuando se ha permitido por mucho tiempo que la mente se espacie en cosas terrenales, es difícil cambiar las maneras habituales de pensar. Con demasiada frecuencia lo que el ojo ve y el oído oye atrae la atención y absorbe el interés. {MJ 78.4}

Pero si queremos entrar en la ciudad de Dios y contemplar a Jesús en su gloria, debemos acostumbrarnos a contemplarlo aquí con el ojo de la fe. Las palabras y el carácter de Cristo deberían ser con frecuencia el tema de nuestros pensamientos y nuestra conversación, y se debería dedicar diariamente algún tiempo a la meditación, acompañada de oración, de estos temas sagrados. {MJ 79.1}

La santificación es una tarea diaria

La santificación es una tarea diaria. Nadie se engañe creyendo que Dios lo va a perdonar y bendecir mientras pisotee uno de sus requerimientos. La comisión voluntaria de un pecado conocido acalla la voz testificadora del Espíritu, y separa al ser de Dios. Sea cual fuere el éxtasis del sentimiento religioso, Jesús no puede morar en el corazón que no hace caso de la ley divina. Dios honrará solamente a los que lo honran. {MJ 79.2}

“Al ofreceros a alguien para obedecerle, sois siervos de aquel a quien obedecéis”.2 Si nos dejamos dominar por la ira, la concupiscencia, la codicia, el odio, el egoísmo o cualquier otro pecado, nos hacemos siervos del pecado. “Ninguno puede servir a dos señores”.3 Si servimos al pecado, no podemos servir a Cristo. El cristiano sentirá la incitación al pecado, pues la carne desea vivamente la sensualidad, oponiéndose al Espíritu; pero el Espíritu lucha contra la carne, manteniendo una continua batalla. Aquí es donde se necesita la ayuda de Cristo. La debilidad humana se une a la fuerza divina, y la fe exclama: “Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”.4 {MJ 79.3}

Si queremos desarrollar un carácter que Dios pueda aceptar, debemos formar hábitos correctos en nuestra vida religiosa. La oración diaria es tan esencial para el crecimiento en la gracia y aun para la misma vida espiritual, como el alimento temporal lo es para el bienestar físico. Deberíamos acostumbrarnos a elevar con frecuencia los pensamientos a Dios en oración. Si la mente se desvía, debemos hacerla volver; por el esfuerzo perseverante, el hábito lo hará fácil al final. {MJ 79.4}

No hay seguridad separándonos un solo momento de Cristo. Podemos contar con su presencia para ayudarnos a cada paso, pero solamente si observamos las condiciones que él mismo ha dictado. {MJ 79.5}

Hacer de la religión una tarea

La religión debe convertirse en la gran tarea de la vida. Todas las demás cosas deberían subordinarse a esta. Todas nuestras facultades mentales, físicas y espirituales deben ser empleadas en la lucha cristiana. Debemos mirar a Cristo para recibir fuerza y gracia, y ganaremos la victoria tan ciertamente como que Jesús murió por nosotros […]. {MJ 80.1}

Debemos acercarnos más a la cruz de Cristo. La contrición al pie de la cruz es la primera lección de paz que tenemos que aprender. El amor de Jesús, ¿quién lo puede comprender? Es infinitamente más tierno y abnegado que el amor de una madre. Si queremos conocer el valor de un ser humano debemos mirar con fe viviente hacia la cruz, y empezar así el estudio que será la ciencia y el canto de los redimidos por toda la eternidad. Únicamente se puede calcular el valor de nuestro tiempo y de nuestros talentos por la grandeza del rescate pagado por nuestra redención. ¡Cuánta ingratitud mostramos hacia Dios cuando le robamos lo suyo al privarlo de nuestros afectos y nuestro servicio! ¿Es demasiado el entregarnos a quien lo ha sacrificado todo por nosotros? ¿Podemos escoger la amistad del mundo antes que los honores inmortales que Cristo brinda: “Que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono”?5 {MJ 80.2}

La santificación es una experiencia progresiva

La santificación es una obra progresiva. Las palabras de Pedro nos presentan los pasos sucesivos: “Por esta razón, poned la mayor diligencia en agregar a vuestra fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas virtudes están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos, ni sin fruto en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”.6 “Por lo cual, hermanos, procurad tanto más afirmar vuestra vocación y elección; porque al hacer esto, no caeréis jamás. De esta manera os será concedida amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.7 {MJ 80.3}

Este es un proceder mediante el cual podemos estar seguros de no caer jamás. Quienes así están obrando de acuerdo con el plan de adición en la obtención de las gracias cristianas, tienen la seguridad de que Dios obrará según el plan de multiplicación al otorgarles los dones de su Espíritu. {MJ 80.4}

Pedro habla a los que han obtenido una fe tal: “Gracia y paz os sean multiplicadas en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús”.8 Por la gracia divina, todos los que quieran podrán ascender por los escalones luminosos que van de la tierra al cielo, y al fin, “con alegría […] gozo perpetuo”,9 entrarán por las puertas en la ciudad de Dios.—The Review and Herald, 15 de noviembre de 1887. {MJ 81.1}

El valor de las pruebas

Las pruebas de la vida son los instrumentos de Dios para eliminar de nuestro carácter toda impureza y tosquedad. Mientras nos labran, escuadran, cincelan, pulen y bruñen, el proceso resulta penoso, y es duro ser oprimido contra la muela de esmeril. Pero la piedra sale preparada para ocupar su lugar en el templo celestial. El Señor no ejecuta trabajo tan consumado y cuidadoso en material inútil. Únicamente sus piedras preciosas se labran a manera de las de un palacio.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 15. {MJ 81.2}

El lugar secreto del poder

Los hombres acuden de vez en cuando al lugar secreto del Altísimo, bajo la sombra del Omnipotente; permanecen allí un tiempo, y el resultado se manifiesta en acciones nobles; luego falla su fe, se interrumpe la comunión con Dios, y se echa a perder la obra de la vida. Pero la vida de Jesús era una vida de confianza constante, sostenida por una comunión continua, y su servicio para el cielo y la tierra fue sin fracaso ni vacilación. {MJ 81.3}

Como hombre suplicaba ante el trono de Dios, hasta que su humanidad se cargaba de una corriente celestial que unía la humanidad con la Divinidad. Recibía vida de Dios, y la impartía a los hombres.—La Educación, 80, 81. {MJ 81.4}