octubre 3, 2020

Capítulo 21—La falacia del pecado

Por J-7M

Nada es más traicionero que la falacia del pecado. Es el dios de este mundo que engaña, ciega y conduce a la destrucción. Satanás no expone todas sus tentaciones a la vez. Las disfraza con una máscara de bien. Mezcla con diversiones y extravagancias algunas pequeñas ventajas, y los seres engañados dan como excusa que el tener parte en ellas reporta un gran bien. Esta no es más que la parte engañosa. Son las artes infernales de Satanás enmascaradas. Las personas engañadas dan un paso y se preparan para el siguiente. Es mucho más placentero seguir las inclinaciones del corazón que estar a la defensiva y resistir la primer insinuación del astuto enemigo, y así impedir sus intrusiones. MJ 58.1

Oh, ¡cómo acecha Satanás para ver cuán fácilmente se toma su carnada, y para ver a las personas andar precisamente en la senda que él ha preparado! Él no quiere que abandonen la apariencia de oración y prácticas religiosas, pues así puede hacerlos más útiles en su servicio. Une su sofistería y sus trampas engañosas con la experiencia y la profesión de fe de ellos, y así hace progresar maravillosamente su causa. MJ 58.2

El examen de sí mismo

Existe la necesidad de examinarse íntimamente y de preguntarse a la luz de la Palabra de Dios: “¿Soy íntegro o corrupto de corazón? ¿Estoy renovado en Cristo o soy todavía carnal de corazón, cubierto solo exteriormente con un vestido nuevo?” Acérquense al tribunal de Dios y observen, como a la luz de Dios, si hay algún pecado secreto, alguna iniquidad, algún ídolo que no hayan sacrificado. Oren, sí, oren como nunca antes para que no sean engañados por lo ardides de Satanás; para que no se entreguen a un espíritu descuidado, indiferente, vano y presten atención a los deberes religiosos para acallar la propia conciencia […]. MJ 58.3

Uno de los pecados que constituyen una de las señales de los últimos días es que los cristianos profesos son amadores de los placeres más que de Dios. Traten sinceramente con sus propios seres. Investiguen cuidadosamente. Cuán pocos, después de un examen fiel, pueden levantar la vista al cielo y decir: “No soy uno de los así descritos. No soy un amador del placer más que de Dios”. Cuán pocos pueden decir: “Estoy muerto para el mundo; la vida que ahora vivo es por la fe del Hijo de Dios. Mi vida está escondida con Cristo en Dios, y cuando aquel que es mi vida aparezca, yo también apareceré con él en gloria”. MJ 58.4

¡El amor y la gracia de Dios! ¡Oh preciosa gracia, más valiosa que el oro fino! Eleva y ennoblece el espíritu por encima de todos los demás principios. Coloca el corazón y los afectos en el cielo. Mientras los que nos rodean se ocupan en vanidades mundanas, placeres y frivolidades, nuestra conversación está en el cielo, de donde esperamos al Salvador; el ser se dirige a Dios para obtener perdón y paz, justicia y verdadera santidad. El trato con Dios y la contemplación de las cosas de arriba transforman el alma a la semejanza de Cristo.—The Review and Herald, 11 de mayo de 1886. MJ 59.1